Por Dr. Israel Herrera | CIJ-UACAM | Marzo 2025
En la península de Yucatán, la selva no es solo un espacio verde o un recurso natural: es territorio, identidad y hogar para miles de personas mayas. Sin embargo, en nombre del desarrollo, su existencia se ve cada vez más amenazada por megaproyectos, agroindustrias, y planes turísticos que poco consideran las voces de quienes la habitan y protegen desde hace siglos.
Más que árboles: territorio vivo y con historia
Cuando hablamos de justicia ambiental, no basta con pensar en proteger la naturaleza. También hay que pensar en quiénes viven ahí, cómo se relacionan con su entorno y qué derechos tienen sobre él. En las comunidades mayas, la selva no es ajena ni externa: es parte del tejido cultural, espiritual y económico. Cuidarla es también cuidarse.

¿Desarrollo para quién?
En los últimos años, proyectos como el Tren Maya, parques solares, eólicos o nuevos complejos hoteleros han sido promovidos bajo el discurso del progreso. Pero muchas veces llegan sin consulta previa, libre e informada, violando los derechos reconocidos tanto en la Constitución como en tratados internacionales.
Además, suelen traer consigo desplazamientos, pérdida de acceso al agua, contaminación y fragmentación territorial, afectando directamente la vida comunitaria.
La resistencia como defensa del futuro
Frente a estas amenazas, muchas comunidades han levantado la voz, no solo para protestar, sino para proponer alternativas basadas en el respeto, la sostenibilidad y la autodeterminación. La justicia ambiental, en este contexto, no puede ser impuesta desde fuera: debe construirse con las comunidades, escuchando sus saberes y reconociendo su papel como guardianes del territorio.
La justicia ambiental no es solo una cuestión ecológica: es una cuestión de derechos humanos. Y hoy, más que nunca, es momento de preguntarnos seriamente: ¿quién cuida la selva… y a quién le importa que siga viva?
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